La ciencia y las ideologías "científicas". La afirmación de Eddington: "Si se eliminara del cuerpo de un hombre todo el espacio vacío de materia y se reunieran sus protones y electrones en una sola masa, el hombre (el cuerpo del hombre) se reduciría a un corpúsculo apenas visible con el microscopio" *; esta afirmación ha impresionado mucho la fantasía de G. A. Borgese y la ha puesto en movimiento (cfr. su librito).
Pero ¿qué significa concretamente la afirmación de Eddington? Basta pensar un poco para ver que no significa absolutamente nada, aparte de su sentido literal. Aunque se practicara la reducción descrita (¿y quién la haría?) extendiéndola a todo el mundo, no, cambiarían las proporciones, de modo que las cosas seguirían siendo tal como son. Las cosas cambiarían si solamente los hombres o determinados hombres sufrieran aquella reducción, de tal modo que se tuviera, en la hipótesis, una realización de algunos capítulos de los Viajes de Gulliver, con los liliputienses y los gigantes, y Borgese-Gulliver entre éstos.
* Cfr. La naturaleza del mundo físico, ed. francesa, pág. 20.
Se trata en realidad de meros juegos de palabras, de ciencia novelada, y no de un nuevo pensamiento científico o filosófico: se trata de un modo de plantear la cuestión que no sirve más que para que fantaseen las cabezas vacías. ¿Tal vez la materia, vista por el microscopio, no es ya materia realmente objetiva, sino una creación del espíritu humano que no existe objetiva o empíricamente? Se podría recordar a este propósito el cuento hebreo de la muchacha que ha sufrido una deterioración pequeñísima: tic, como un golpecito de uña. En la física de Eddington y en muchas otras producciones científicas modernas la sorpresa del lector ingenuo se debe a que las palabras utilizadas para indicar determinados hechos se fuerzan para indicar arbitrariamente hechos absolutamente diversos. Un cuerpo sigue siendo "macizo" en el sentido tradicional aunque la "nueva" física demuestre que está constituido por 1/1.000.000 de materia y 999.999 partes de vacío. Un cuerpo es "poroso" en el sentido tradicional y no pasa a serlo en el sentido de la "nueva" física tampoco después de la afirmación de Eddington. La posición del hombre sigue siendo la misma, ninguno de los conceptos fundamentales de la vida se resquebraja en lo más mínimo, y aún menos se invierte. Las glosas de los varios Borgese no servirán, a la larga, más que para hacer más ridículas las concepciones subjetivistas de la realidad que permiten semejantes vulgares juegos de palabras.
El profesor Mario Camis * escribe: "Considerando la insuperada minucia de estos métodos de investigación recordábamos la expresión de un participante en el último Congreso filosófico de Oxford, el cual, por lo que dice Borgese, hablando de los fenómenos infinitamente pequeños a los que hoy se dirige la atención de tantos, observaba que ‘no pueden considerarse independientes del sujeto que los observa’. Son palabras que mueven a muchas reflexiones y que vuelven a plantear desde puntos de vista completamente nuevos los grandes problemas de la existencia subjetiva del universo y de la significación de las informaciones sensoriales en el pensamiento científico". Por lo que sé, éste es uno de los pocos ejemplos de infiltración entre los científicos italianos del modo de pensar funambulesco propio de ciertos científicos, especialmente ingleses, a propósito de la "nueva" física. El profesor Camis habría debido pensar que si la observación reproducida por Borgese obliga a reflexionar, la primera reflexión tendría que ser ésta: que la ciencia no puede seguir existiendo tal como se la ha concebido hasta ahora, sino que tiene que transformarse en una serie de actos de fe en las afirmaciones de los diversos experimentadores, porque los hechos observados no existen con independencia del espíritu de éstos. ¿No se ha manifestado hasta ahora todo el progreso científico en el hecho de que las nuevas experiencias y observaciones han corregido y ampliado las experiencias y las observaciones anteriores? ¿Cómo podría conseguirse eso si la experiencia dada no se reprodujera, si, una vez cambiado el experimentador, no se pudiera controlar, ampliar, produciendo nuevos y originales nexos? Pero la superficialidad de la observación de Camis se aprecia por el contexto del artículo del que tomo la cita, puesto que en él Camis explica implícitamente que la expresión que tanto ha hecho especular a Borgese puede y debe entenderse en un sentido meramente empírico y no filosófico. El escrito de Camis es una reseña de la obra On the principles of renal function, de Gösta Ekehorn (Estocolmo, 1931). Habla de experiencias hechas sobre elementos tan pequeños que no se pueden describir (cosa que debe ya entenderse en sentido relativo) con palabras que sean válidas y representativas para los demás y que, por tanto, el experimentador no consigue todavía separar de su propia personalidad subjetiva para objetivarlos: todo experimentador tiene que llegar a la percepción con sus propios medios, directamente, siguiendo cuidadosamente todo el proceso. Formulemos esta hipótesis: que no existan microscopios y que sólo algunos hombres tengan la capacidad visual natural equivalente a la del ojo normal armado con un microscopio. Admitida esta hipótesis es evidente que las experiencias del observador dotado de vista excepcional no pueden escindirse de su personalidad física y síquica ni pueden "repetirse". Sólo la invención del microscopio equiparará las condiciones físicas de observación y permitirá a todos los científicos reproducir la experiencia y desarrollarla colectivamente. Pero esta hipótesis no permite observar e identificar más que una parte de las dificultades; en las experiencias científicas la capacidad visual no es lo único que cuenta. Como dice Camis, Ekehorn punza un glomérulo de riñón de rana con una cánula "cuya preparación es obra de tanta finura y está tan ligada a las indefinibles e inimitables intuiciones manuales del experimentador que el mismo Ekehorn, al describir la operación de cortar oblicualmente el capilar de vidrio, dice que no puede formular verbalmente la técnica, sino que tiene que contentarse con una vaga indicación". El error consiste en creer que esos fenómenos no se producen más que en el experimento científico. En realidad, en todo taller y para ciertas operaciones industriales de precisión existen especialistas individuales cuya capacidad se basa precisa y solamente en la extremada sensibilidad de la vista, del tacto, del gesto rápido. En los libros de Ford pueden encontrarse ejemplos al respecto: en la lucha contra el roce, por ejemplo, para obtener superficies sin gránulos ni desigualdades mínimas (lo cual permite un notable ahorro de material), se han dado pasos increíbles por medio de máquinas eléctricas que controlan la adhesión perfecta del material como no podría hacerlo el hombre. Hay que recordar el hecho, contado por Ford, del técnico escandinavo que consigue dar al acero tal igualdad de superficie que para separar dos superficies puestas en contacto hace falta aplicar un peso de varios quintales.
* Nuova antologia, del 1 de noviembre de 1931, en la sección "Ciencias Biológicas y Médicas" (ibíd.).
Por tanto, lo que observa Camis no tiene nada que ver con las fantasías de Borgese y de sus fuentes. Si fuera verdad que los fenómenos infinitamente pequeños de que se trata no se pueden considerar como existentes con independencia del sujeto que los observa, no serían en realidad "observados", sino "creados", y caerían en el mismo dominio de la pura intuición fantástica del individuo. También habría que plantear la cuestión de si el mismo individuo puede crear (observar) "dos veces" el mismo hecho. Ni siquiera se trataría ya de "solipsismo", sino de demiurgia o de hechicería. Objeto de la ciencia no serían entonces los fenómenos (inexistentes), sino estas intuiciones fantásticas, como las obras de arte. La grey de los científicos, que no goza de facultades demiúrgicas, estudiaría científicamente al pequeño grupo de los grandes científicos taumaturgos. Pero si, en cambio, y a pesar de todas las dificultades prácticas inherentes a las diversas sensibilidades individuales, el fenómeno se repite y puede ser observado objetivamente por varios científicos, independientemente los unos de los otros, ¿qué significa la observación reproducida por Borgese sino, precisamente, que se recurre a una metáfora para indicar las dificultades intrínsecas de la descripción y de la representación objetiva de los fenómenos observados? Y no parece difícil explicar esta dificultad: 1) por la incapacidad literaria de los científicos, didácticamente preparados hasta ahora para describir y representar exclusivamente fenómenos macroscópicos; 2) por la insuficiencia del lenguaje común, forjado también él para los fenómenos macroscópicos; 3) por el desarrollo relativamente escaso de estas ciencias minimoscópicas, que aún esperan un desarrollo ulterior de sus métodos y criterios para poder ser comprendidas por los muchos mediante la comunicación literaria (y no sólo por directa visión experimental, que es privilegio de poquísimos); 4) hay que recordar, además, que muchas experiencias minimoscópicas son experiencias indirectas, en cadena, cuyo resultado "se ve" en los resultados, y no en acto (éste es el caso de las experiencias de Rutherford).
Se trata, en cualquier caso, de una fase transitoria e inicial de una nueva época científica, que ha producido, al combinarse con una gran crisis intelectual y moral, una nueva forma de "sofística" que recuerda los sofismas clásicos de Aquiles y la tortuga, del montón y el grano, de la flecha lanzada por el arco y que no puede sino estar quieta, etc. Sofismas que, de todos modos, han representado una fase en el desarrollo de la filosofía y de la lógica y han servido para afinar los instrumentos del pensamiento.
Recoger las principales definiciones que se han dado de la ciencia (en el sentido de ciencia natural). "Estudio de los fenómenos y de sus leyes de semejanza (regularidad), de coexistencia (coordinación), de sucesión (causalidad)". Otras tendencias, teniendo en cuenta la cómoda ordenación que la ciencia establece entre los fenómenos para poder ponerlos mejor bajo el dominio del pensamiento y según los fines de la acción, definen la ciencia como "la descripción más económica de la realidad".
La cuestión más importante que hay que resolver a propósito del concepto de ciencia es ésta: si la ciencia puede dar, y de qué modo la "certeza" de la existencia objetiva de la llamada realidad externa. Para el sentido común, la cuestión no se plantea siquiera; pero, ¿de dónde nace la certeza del sentido común? Esencialmente de la religión (del cristianismo, al menos, en Occidente); pero la religión es una ideología, la ideología más arraigada y difundida, no una prueba o una demostración. Puede sostenerse que es un error pedir a la ciencia como tal la prueba de la objetividad de lo real, puesto que esa objetividad es una concepción del mundo, una filosofía, y no puede ser un dato científico. ¿Qué puede dar la ciencia en ese sentido? La ciencia selecciona las sensaciones, los elementos primordiales del conocimiento: considera ciertas sensaciones como transitorias, como aparentes, como falaces, porque dependen de especiales condiciones individuales, y otras como duraderas, permanentes, superiores a las condiciones especiales individuales.
El trabajo científico tiene dos aspectos principales: uno que rectifica incesantemente el modo del conocimiento, rectifica y refuerza los órganos de las sensaciones, elabora principios nuevos y complejos de inducción y deducción, o sea, afina los instrumentos mismos de la experiencia y de su control, y otro que aplica ese complejo instrumental (de instrumentos materiales y mentales) para distinguir los elementos necesarios de las sensaciones de los que son arbitrarios, individuales, transitorios. Así se establece lo que es común a todos los hombres, lo que todos los hombres pueden controlar del mismo modo, independientemente unos de otros, siempre que observen por igual las condiciones técnicas de comprobación. "Objetivo" significa precisamente y exclusivamente esto: que se afirma objetivo, realidad objetiva, aquello que se comprueba por todos los hombres, aquello que es independiente de todo punto de vista meramente particular o de grupo.
Pero, en el fondo, también ésa es una particular concepción del mundo, una ideología. No obstante, esta concepción, en su conjunto y por la orientación que señala, puede ser aceptada por la filosofía de la práctica, mientras ésta tiene que rechazar la del sentido común, a pesar de que la conclusión material sea la misma. El sentido común afirma la objetividad de lo real en cuanto la realidad, el mundo, ha sido creado por Dios independientemente del hombre, antes que el hombre; por tanto, esa objetividad es expresión de la concepción mitológica del mundo; por otra parte, el sentido común cae en los errores más groseros al describir esa objetividad; el sentido común está aún en gran parte detenido en la fase de la astronomía ptolemaica, no sabe distinguir los nexos reales de causa y efecto, etcétera, o sea, afirma corno "objetiva" una determinada "subjetividad" anacrónica porque no sabe siquiera concebir la existencia de una concepción subjetiva del mundo, ni tampoco esta mera noción.
Pero ¿es "objetivamente" verdadero todo lo que afirma la ciencia? ¿De modo definitivo? Si las verdades científicas fueran definitivas, la ciencia dejaría de existir como tal, como investigación, como experimento nuevo, y la actividad científica se reduciría a una divulgación de lo ya descubierto. Lo cual, por suerte, no es verdad en la ciencia. Pero si tampoco las verdades científicas son definitivas y perentorias, entonces la ciencia misma es una categoría histórica, un movimiento en desarrollo continuo. Sólo que la ciencia no postula forma alguna de "incognoscible" metafísico, sino que reduce lo no conocido por el hombre a un "no-conocimiento" empírico que no excluye la cognoscibilidad, sino que la condiciona simplemente al desarrollo de los instrumentos físicos y al desarrollo de la inteligencia histórica de los diversos científicos.
Si ésa es la situación, entonces lo que interesa a la ciencia no es tanto la objetividad de lo real cuanto el hombre que elabora sus métodos de investigación, que rectifica continuamente sus instrumentos materiales reforzadores de los órganos de los sentidos y sus instrumentos lógicos (incluida la matemática) de discriminación y averiguación, o sea, la cultura, o sea, la concepción del mundo, o sea, la relación entre el hombre y la realidad por la mediación de la tecnología. Buscar la realidad fuera de los hombres, entendiendo esto en sentido religioso o metafísico, resulta ser, también en la ciencia, una mera paradoja. ¿Qué significaría, sin el hombre, la realidad del universo? Toda la ciencia está vinculada a las necesidades, a la vida, a la actividad del hombre. Sin la actividad del hombre, creadora de todos los valores, incluidos los científicos, ¿qué sería la "objetividad"? Un caos, o sea, nada, el vacío, si así puede decirse, porque realmente si se imagina que no existe el hombre, no se puede imaginar ni la lengua ni el pensamiento. Para la filosofía de la práctica el ser no puede separarse del pensamiento, el hombre de la naturaleza, la actividad de la materia, el sujeto del objeto; si se practica esa separación se cae en una de tantas formas de religión o en la abstracción sin sentido.
Poner la ciencia en la base de la vida, hacer de la ciencia la concepción del mundo por excelencia, la que disipa las nieblas de todas las ilusiones ideológicas, la que pone al hombre ante la realidad tal como ésta es, significa recaer en la idea de que la filosofía de la práctica necesita bases filosóficas fuera de sí misma. Pero, en realidad, también la ciencia es una superestructura, una ideología. ¿Puede afirmarse, sin embargo, que en el estudio de las superestructuras la ciencia ocupa una posición privilegiada, por el hecho de que su reacción sobre la estructura tiene un carácter particular, de mayor extensión y continuidad de desarrollo, especialmente a partir del siglo XVIII, desde que la ciencia ha conseguido una posición separada en la estimación general? Que la ciencia es una superestructura se prueba por el hecho (entre otros) de que ha tenido períodos de entero eclipse, por quedar oscurecida por otra ideología dominante, la religión, que afirmaba haber absorbido la ciencia; por eso la ciencia y la técnica de los árabes parecían a los cristianos brujería pura. Además: la ciencia misma, pese a todos los esfuerzos de los científicos, no se presenta nunca como una nuda noción objetiva; aparece siempre revestida por una ideología, y es concretamente ciencia la unión del hecho objetivo con una hipótesis o un sistema de hipótesis que superan el mero hecho objetivo. Es verdad, sin embargo, que en este campo resulta relativamente fácil distinguir entre la noción objetiva y el sistema de hipótesis, mediante un proceso de abstracción que se encuentra en la misma metodología científica, de modo que es posible acoger la una y rechazar el otro. Por eso un grupo social puede hacer suya la ciencia de otro grupo sin aceptar su ideología (la ideología vulgar de la evolución, por ejemplo), razón por la cual caen las observaciones de Missiroli (y de Sorel) al respecto.
Hay que observar que junto al entusiasmo más superficial por las ciencias existe en realidad la mayor ignorancia de los hechos y de los métodos científicos, cosas muy difíciles y que lo son cada vez más por la progresiva especialización de nuevas ramas de investigación. La superstición científica lleva consigo ilusiones tan ridículas y concepciones tan infantiles que la misma superstición religiosa queda ennoblecida. El progreso científico ha dado nacimiento a la creencia en y a la espera de un nuevo Mesías que realizará en esta tierra el País de Jauja; las fuerzas de la naturaleza, sin intervención alguna de la fatiga humana, sino por obra de mecanismos cada vez más perfeccionados, darán abundantemente a la sociedad todo lo necesario para satisfacer sus necesidades y vivir cómodamente. Contra esta vanidad cuyos peligros son evidentes (la supersticiosa fe abstracta en la capacidad taumatúrgica del hombre lleva paradójicamente a esterilizar las bases mismas de esa fuerza y a destruir todo amor al trabajo concreto y necesario, para dedicarse a fantasear, como si se hubiera fumado una nueva especie de opio), hay que poner en obra varios medios, el más importante de los cuales tendría que ser un conocimiento mejor de las nociones científicas esenciales, divulgando la ciencia por obra de científicos y estudiosos serios, y no por medio de periodistas omniscientes y autodidactas presuntuosos. En realidad, como se espera demasiado de la ciencia, se la concibe como una especie de brujería superior, y por eso no se consigue valorar con realismo lo que la ciencia ofrece concretamente. (C. XVIII; I.M.S. 50-57.)